A veces, para sentir que estás muy lejos de todo, no hace falta irse tan lejos. En el centro de La Gomera, donde las nubes bajan a acariciar los árboles y el aire huele a tierra húmeda, se encuentra el Parque Nacional de Garajonay: un bosque que parece sacado de otro mundo, pero que está justo aquí, esperándote.
Un ecosistema que viene del pasado
Garajonay no es solo un parque. Es un viaje al pasado, al Terciario, cuando la laurisilva —ese bosque de hojas brillantes y niebla constante— cubría buena parte de Europa y el norte de África. Hoy, solo queda en unos pocos lugares del mundo, y Garajonay es su mejor exponente.
La humedad generada por los vientos alisios y la llamada “lluvia horizontal” —ese milagro atmosférico que permite que el bosque se alimente del aire mismo— crea el microclima perfecto para este espectáculo vegetal. Aquí, la humedad se respira, se ve y se toca. Y gracias a ella, este rincón de la isla es un auténtico refugio de biodiversidad. Árboles de hojas lauriformes, musgos que tapizan cada rama, helechos gigantes, líquenes y una sinfonía de verdes te espera en cada rincón.
Senderos entre niebla y leyendas
Explorar Garajonay es caminar dentro de un cuento. Sus más de 600 kilómetros de senderos conectan miradores, arroyos, zonas recreativas y rincones mágicos como el bosque de El Cedro, uno de los lugares más antiguos e imperturbables del parque. Allí, el murmullo del agua y la densidad del follaje crean una atmósfera envolvente y profundamente emocional.
En la zona de Laguna Grande, ideal para familias, encontrarás áreas de descanso, rutas sencillas y un restaurante que rinde homenaje a la gastronomía local. Para los más curiosos, el Centro de Visitantes Juego de Bolas ofrece una excelente introducción a la historia, la geología y la vida de este bosque milenario.
Y si eres de los que disfrutan con las buenas historias, te encantará conocer la leyenda de Gara y Jonay. Estos dos amantes aborígenes, cuya unión fue rechazada por sus pueblos, decidieron morir juntos en la cima más alta de la isla. Este hecho dio nombre a este espacio sagrado. Y aún hoy, entre la niebla, se dice que se perciben susurros que recuerdan su amor eterno.
Una biodiversidad única en el mundo
Cada zona del parque tiene su propio carácter: la laurisilva de valle, con tiles y viñátigos; la de ladera, con fayas y laureles; los brezales de cumbre… Y todos estos paisajes, tan distintos, están a solo unos pasos unos de otros, en apenas 4.000 hectáreas.
Y es en estas hectáreas que Garajonay reúne más de 480 especies de flora, muchas de ellas endémicas. Viñátigos, tiles, laureles, fayas y aceviños forman distintos tipos de laurisilva según la altitud y orientación. Este mosaico vegetal acoge también cerca de 1.000 especies de fauna: aves como las palomas rabiche y turqué, anfibios como la ranita de San Antonio, reptiles autóctonos y una gran variedad de insectos, muchos de ellos únicos en el mundo.
Aunque más allá de su valor ecológico, el parque cumple una función esencial: ser el pulmón verde de la isla. Gracias a su capacidad de captar y almacenar agua, alimenta los barrancos y acuíferos de La Gomera, garantizando vida más allá de sus límites. Sin embargo, lo que realmente hace especial a Garajonay es cómo te hace sentir. Aquí no hay cobertura, pero hay conexión: contigo, con la naturaleza, con el silencio.
Un parque que cuida y enseña
Garajonay es también un ejemplo de conservación. Desde hace décadas no se permite ninguna actividad humana perjudicial para el ecosistema. Gracias a ello, especies como el fayal-brezal retroceden en favor de la laurisilva original. Además, sus senderos están preparados para todo tipo de público, incluso personas con movilidad reducida gracias a las sillas joëlette y rutas adaptadas.
El lugar perfecto para reconectar
Lo mejor de todo es que este paraíso está muy cerca de ti si te alojas con nosotros. Desde el Hotel Torre del Conde, en pleno corazón de San Sebastián de La Gomera, puedes llegar fácilmente a los accesos del parque y organizar tus rutas por libre o con guías locales que conocemos de primera mano.
Y tras un día entre árboles milenarios, nada mejor que volver a
con vistas al parque o disfrutar de una cena con producto local en nuestro restaurante. Porque sí, creemos que una experiencia tan mágica merece un descanso a la altura.